Y yo creía que trabajar desde casa y sólo poder salir para ir al supermercado y a la farmacia por dos meses era lo más raro que podría pasar en mi vida. Las sorpresas nunca se terminan. Ahora ni siquiera trabajo. Fue de la nada. Un día mi jefe me decía que le gustaba mucho como yo venía trabajando y que, a pesar de la crisis tremenda, no iba a pasar nada en la sucursal de Argentina. En el otro, me informaba que lamentablemente no iban a renovar mi período de prueba porque la situación estaba complicadísima, por lo tanto yo trabajaría sólo hasta 30 de abril. Hace poco más de un mes Alberto Fernández prohibió los despidos por 60 días a través de un decreto, pero mi caso no era un despido, era una “no-renovación de contrato”. Muy inteligentes mis ex-empleadores, ¿o no?
Eso nunca me había pasado. Todas las veces que dejé de trabajar en donde trabajaba fue porque yo quise. Pero tampoco había vivido una pandemia de un virus mortal ni había usado un barbijo. Nunca había tomado ron con jugo de manzana, nunca me había ejercitado diariamente por más de un mes, nunca había llegado a escribir la página 52 de una novela, y mirá vos. Como dijo una amiga, todos estamos haciendo cosas por primera vez.
El 1 de mayo fue mi primer día como desempleada. Esto es pura poesía. Estuve buscando laburo desde el día en que tuvieron la amabilidad de avisarme que estaría en la calle en dos semanas - dos horas después, que fue cuando dejé de llorar -, por lo tanto decidí que el Día del Trabajador también sería mi feriado. Hice mantenimiento en mis plantas, que se estaban por morir, toqué un poco de piano (es un teclado, pero decir piano es más poético), escribí un poco y también leí un poco.
Esto va a pasar dentro de poco.
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