El día que comí castañas con el guitarrista de Guns N ’Roses

A veces me encuentro pensando en la época en que fui reportera y todo lo que siento son escalofríos. No es que odié todo al 100%, pero por alguna razón hoy solo puedo recordar la ansiedad que sentía todos los días y cómo descubrí gradualmente que tal vez lo que estaba segura que era lo mío no lo era realmente.

No sé si fue culpa del diario para el que trabajaba, de la gente con la que trabajaba o de la ciudad en la que trabajaba, pero esa experiencia que duró solo año y medio me trajo una verdad difícil de tragar: que quizás no era así tan divertido ser reportera.

Uno de los momentos que recuerdo con más pánico y sudor en mis manos fue cuando Guns N ’Roses tocó en Florianópolis, en 2014, con esa formación de músicos contratados. Como periodista cultural y más conectada con la música que mis compañeros, me asignaron cubrir el paso de la banda por la ciudad. Sabía que no los entrevistaría porque siempre lo hacía únicamente el diario de la competencia, que era mucho más grande. Lo que haría era un reportaje previo al show, invitando a algunos fans de la banda a una especie de juego de preguntas.

Nos juntamos en un bar de rock, que abrió en un momento especial solo para nosotros, hicimos lo que habíamos arreglado y unos días después, durante la semana del show, salió el reportaje de dos páginas. Después de eso, todo lo que me quedaba era ir al recital y escribir sobre él. Ni siquiera me gustaba Guns N 'Roses, pero estaba muy animada.

Ese día no fui a trabajar por la mañana en la redacción, que era mi horario habitual, precisamente porque por la noche tendría que ir al show y escribir el texto en mi casa, cuando regresara. Al mediodía almorzaba tranquilamente mirando la tele cuando mi editora me llamó diciendo que la banda estaba en el Hotel Majestic dando entrevistas al otro diario y me pidió que fuera allí y tratara de conseguir algo. "¿Ahora?", pregunté. "Ahora", respondió ella.

Durante unos segundos, mi corazón dejó de bombear sangre al resto del cuerpo. Estaba congelada. ¿Cómo podría entrevistar a los Guns N ’Roses sin prepararme de antemano? ¿Sin pensar en las preguntas? Sin pensar en las preguntas en INGLÉS. ¿Y cómo iba a hacer eso con mi inglés, que ya no era la gran cosa, y encima nerviosa y sin preparación? Axl me escupiría en la cara. Pero me vestí y me fui.

En el camino, tomé notas en inglés, con ayuda de Google, de algunos temas que se me ocurrieron gracias al reportaje que había hecho unos días antes y que terminó por traerme algunos conocimientos sobre la banda.

Cuando llegué al hotel, encontré a la fotógrafa que me había enviado el diario para acompañarme. Entré al salón y no vi a nadie que pudiera responderme cómo acceder a la banda, así que me dirigí hacia un grupo de personas que eran claramente de la prensa. Estaban detrás de una cinta aislante y seguí caminando como si tuviera permiso para ahí, hasta que apareció una chica de una conocida agencia de prensa. Ella miró mi credencial del diario y dijo que lamentablemente la banda solo daría entrevistas al otro vehículo y que de hecho en ese momento solo Dizzy Reed seguía allí, los demás ya se habían ido.

Lo que para muchos podría ser una gran decepción, para mí fue un alivio. Llamé a mi editora y le conté lo que había sucedido. Me dijo que me fuera a casa, pero que en unas horas el guitarrista Bumblefoot daría un taller de guitarra en una escuela de música cerca de donde yo vivía y que debería intentar una entrevista de nuevo, aunque fuera solo con él. La pesadilla era interminable.

Pasé toda la tarde sudando frío, pero al menos pude prepararme un poco mejor. Salí de casa media hora antes del taller. Llegué a la escuela de música, me presenté y me dijeron que el diario ya les había llamado para decirles que yo estaría ahí. Luego llegó otro fotógrafo enviado por el diario. 

Le pregunté al director de la escuela si creía que yo podría entrevistar a Bumblefoot unos minutos antes del taller y, para mi consternación, dijo que seguramente no habría problemas, pero que le preguntaría él mismo a Bumblefoot si estaba de acuerdo. Caminó unos dos metros por un pasillo, golpeó a una puerta y luego la abrió. Se quedó menos de un minuto adentro y regresó diciendo que yo ya podía entrar.

Respiré hondo, prendí la grabadora del celular y entré a la habitación temblando con la libreta de preguntas en la mano. “Hi, Ron! I don't wanna bother you” fue lo primero que se me ocurrió decirle. Estaba comiendo castañas de caju y fue muy amable, me ofreció, me comí dos y dije que estaban buenas. Eso es todo lo que recuerdo de ese día. Estaba tan nerviosa que nunca escuché la grabación. Escribí la nota con lo que tenía en la memoria en 20 minutos, luego que llegué a casa, y borré la grabación para siempre. Sin haberla escuchado nunca. Mi pánico era tan grande que sabía que si escuchaba eso alguna vez me transportaría nuevamente a ese momento.

No debí quedarme ni cinco minutos en esa habitación. El fotógrafo le sacó algunas fotos y luego sugirió que nos sacáramos una los dos juntos. Nos despedimos y me fui todavía temblando hacia el salón donde él daría el taller. Vi la mitad y me fui a casa para escribir la nota y prepararme para el show que sería en tres horas.

Le dije a mi editora que había logrado hablar con él y que le enviaría la nota en breve. Ahora, finalmente, solo quedaba la parte buena: ver el show y escribir sobre él.

Por suerte, el resto del día transcurrió como se esperaba. La única sorpresa fue que disfruté mucho del recital. 

Nenhum comentário:

Postar um comentário